jueves, 30 de octubre de 2014

Los perdedores del estado de bienestar y sus consecuencias

Ayer en El País Gonzalo Fanjul hacía un buen resumen de un informe de Unicef que debería ser motivo de pánico en España: “Los Niños de la Recesión“. El texto repasa las consecuencias de la crisis económica de los últimos años en países desarrollados, y los resultados para nuestro país son aterradores. Un tercio de los niños en España viven bajo el umbral de la pobreza o en riesgo de exclusión, una cifra realmente deprimente. Lo que debería ser especialmente preocupante, sin embargo, es que estas cifras no tienen como único culpable la crisis económica, sino que se derivan en gran medida del pobre diseño de nuestro estado de bienestar.

Empecemos por las prioridades de gasto. Este gráfico es bastante claro*:



El estado de bienestar español tiene un sistema de pensiones comparativamente generoso, especialmente tras los gobiernos de Zapatero. Esto se ha traducido en que los jubilados, aunque no viven en la abundancia, están relativamente bien protegidos de crisis y recesiones. El estado de bienestar español, sin embargo, apenas invierte en políticas dirigidas a reducir la pobreza infantil y juvenil. El resultado son unas cifras de pobreza y riesgo de exclusión espantosamente altas incluso antes de la crisis. El sector público español concentra sus esfuerzos en viejos, no en jóvenes.
Como hemos comentado alguna vez, el estado de bienestar español es de hecho excepcionalmente poco redistributivo, en gran medida debido a la combinación de su naturaleza contributiva y la horrenda dualidad del mercado laboral. Los datos indican de hecho que durante la gran recesión la intervención estatal incluso ha empeorado, reduciendo aún menos las desigualdades:



Estos datos deberían bastar para llevarnos las manos a la cabeza y llorar desconsoladamente, y más tras ver a políticos mofándose de la pobreza infantil hace sólo unos días. Las cifras, sin embargo, son aún más preocupantes que la historia de estos dos fracasos. El verdadero problema es que toda la evidencia empírica indica que la pobreza infantil tiene consecuencias muy significativas a largo plazo para todo aquel que la sufre, haciendo que los problemas generados por la crisis y el profundamente incompetente estado de bienestar español vayan a convertirse en un problema a largo plazo.

Vivir en pobreza es muy, muy duro. No estoy hablando de privaciones, no poder ir al cine, tener que vivir en pisos minúsculos o tener que renunciar a comprar un abrigo nuevo este año; todo esto es desagradable, pero no tiene consecuencias demasiado graves en el desarrollo infantil. Lo que hace de crecer en una familia pobre algo realmente duro, y con consecuencias tremendamente negativas para la educación, desarrollo y evolución social de un niño es la enorme presión psicológica y el brutal estrés de crecer en una familia que vive constantemente en el limite de la escasez más extrema.

Lisa Gennetian, de NYU, justamente hablaba hace unos días de las consecuencias de vivir en un entorno con ingresos inestables y tensión constante para un niño; el término más utilizado para describirlo es estrés tóxico. Gennetian cita un libro que reseñaba por aquí no hace demasiado describiendo las consecuencias cognitivas de vivir bajo escasez constante (el estrés es suficiente para reducir el cociente intelectual 15 puntos). Cuando una familia vive en esas condiciones, es difícil exigir que los padres puedan dedicar suficiente tiempo a sus hijos en actividades que desarrollan su capacidad cognitiva como leer o jugar con ellos, hablarles o simplemente prestarles atención.

Por si fuera poco, las tensiones de la pobreza van más allá de la atención que los padres prestan a sus hijos. El mismo estrés derivado de vivir en una situación tan precaria afecta el desarrollo cognitivo de forma considerable en primera infancia. Vivir en una familia donde los padres están siempre de mal humor, discutiendo, nerviosos, irritables, con la familia mudándose con frecuencia, viviendo en pisos pequeños, siempre en tensión crean situaciones de estrés tóxico que afectan directamente la capacidad cognitiva del niño. Eso de “éramos pobres pero felices” es una historia recurrente, pero tiene bastante de mito – en la mayoría de ocasiones, es muy duro para toda la familia, hasta el punto que la capacidad de aprendizaje de los niños se resiente marcadamente.

Agravando el problema, los años realmente críticos en el desarrollo de la capacidad de aprendizaje están en la primera infancia, antes que el estado de bienestar español empiece a interactuar con el niño en preescolar y guardería. Entre los 0 y 3 años es cuando un niño realmente desarrolla sus capacidades cognitivas. He enlazado otras veces el trabajo de Nathan Fox y Charles Nelson en esta materia (por ejemplo, en esta presentación), pero vale la pena repetirlo. En 1989, tras la caida de Ceaucescu, Rumanía tenía un sistema de orfanatos públicos que podía describirse como poco más que almacenes de bebés. Los chavales crecían en salas llenas de cunas sin más interacciones con adultos que el ocasional cambio de pañales y cambios de sábanas. La falta de estímulos externos era tal que los bebés ni siquiera lloraban, sabiendo que iban a ser completamente ignorados.

Esta situación era, obviamente, una tragedia para los niños, pero abría una puerta a un experimento natural. Con las autoridades empezando a buscar padres adoptivos a marchas forzadas, los autores podían comparar el desarrollo cognitivo entre bebés que permanecían en los orfanatos sin estímulos externos, y aquellos que crecían en una familia convencional, con la ventaja añadida de poder comparar los efectos de ser adoptados en diferentes edades. Los resultados eran increíblemente distintos entre los dos grupos, con los niños institucionalizados teniendo cocientes intelectuales menores, dificultades de aprendizaje y una dificultad mucho mayor para mantener relaciones sociales.

El estudio de Fox y Nelson es un caso extremo, pero es algo que se repite, una y otra vez, en toda la literatura. Los niños nacidos en familias con padres que no tienen tiempo para dedicarles, en tensión constante, inestables, son casi siempre niños que viven en situaciones de pobreza. A efectos prácticos permitir que la pobreza infantil se extienda y perviva en España estos últimos años no es sólo una tragedia para estos niños ahora, sino que además está creando una auténtica generación perdida de chavales que tendrán problemas durante toda su carrera académica, y que se enfrentarán a barreras tremendas, casi insalvables, para alcanzar su verdadero potencial. Estamos tirando las vidas de un tercio de la generación nacida en la gran recesión a la basura, incluso antes que hayan aprendido a andar. De todas las injusticias de la gran recesión y la crisis del estado de bienestar en España, esta es para mí la más indignante.

*: Nota: la caída de la pobreza infantil  el último año no se debe a un cambio de tendencia, si no a un cambio de metodología. Los datos del 2012 y 2013 no son directamente comparables. No es que haya un extraño milagro.

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