miércoles, 8 de marzo de 2017

¿Criminalizar a los que defienden sus derechos?

Se suceden grandes titulares en la prensa española y telediarios abiertos hablando sobre el conflicto que los estibadores españoles mantienen frente al Gobierno que trata de aplicar las reformas de liberalización impuestas desde la Unión Europea.

La prensa española insiste en presentar a los estibadores como unos privilegiados que tratan de mantener, de forma egoísta, su buena calidad de vida frente al resto de la clase trabajadora del Estado.

En realidad la estrategia que están aplicando los grandes bancos privados, propietarios de los medios de comunicación españoles, ya se hizo en la Revolución Conservadora de Margaret Thatcher a principios de 1980, pero en lugar de los estibadores, contra los mineros. Y conviene recordar cómo se hizo para no repetir los mismos errores. 

En 1979 los conservadores británicos invirtieron en una multimillonaria campaña publicitaria cuyo lema fue: «El laborismo no está funcionando», ya que según ellos el hecho de que Reino Unido superara el millón de desempleados era la demostración palpable de que el modelo socialista había fallado estrepitosamente. Pocos años después, en plena Revolución Conservadora, el desempleo llegó a los cuatro millones.

¿Por qué la gente no asumió entonces que el conservadurismo había fallado y no era útil ni necesario |1|? ¿Por qué hoy día en la España del 90% de contratos temporales |2| la gran mayoría social sigue respaldando las políticas conservadoras que no han resuelto los problemas que amasó la socialdemocracia?

Tradicionalmente el sentido común nos inclina a que una tasa alta de desempleados supone una amenaza para la paz social e incluso un peligro para los muy ricos. Esta ha sido al menos la concepción que tuvieron los conservadores pero que se rompió a partir de la Revolución Conservadora de Thatcher, cuando se comprendió al fin que los desempleados, lejos de suponer una amenaza a los grandes capitalistas, son un rebaño sumiso y dócil, aterrorizado ante la amenaza de no percibipr ningún ingreso, dispuesto a ceder ante cualquier presión salarial a la baja o endurecimiento de condiciones laborales. Geoffrey Howe, el exministro de Finanzas de Thatcher lo reconoció en una entrevista a Owen Jones |3|, «gracias a las medidas de reforma laboral que implementamos los sindicatos aprendieron que era absurdo seguir comportándose como lo estaban haciendo y cedieron para que pudiéramos aplicar nuestro programa».

Hay incluso quien lo ha proclamado a los cuatro vientos sin disimulo alguno, como el exministro del Tesoro, Alan Budd, quien reconoció en varias comparecencias públicas que el gabinete thatcheriano rápidamente supo que las medidas reformistas adoptadas no eran útiles para reducir la inflación pero sí lo eran para subir el desempleo, algo que era imprescindible para mentalizar a la clase trabajadora británica de que no había otra alternativa que someterse a sus exigencias.

LA MEDICINA CONSERVADORA: PODER PARA LOS FINANCIEROS


Además de disparar la tasa de desempleo para pastorear mejor a la clase trabajadora, las medidas thatcherianas estuvieron orientadas al empoderamiento de los poderes financieros, dando vía libre a la especulación monetaria. Con estas reformas la City pasó a ser el centro de la economía británica y las manufacturas se derrumbaron. ¿Cómo lo hicieron? Al poder especular con las divisas, la libra se disparó y esto fue un tiro en el estómago de las exportaciones ya que pasaron a ser mucho más caras. Así en cinco años de gestión thatcheriana ya habían desaparecido un tercio de las empresas manufactureras. A través de la especulación con la libra la inflación se disparó al 20% y las tasas de interés ascendieron al 17%, lo que encareció los préstamos bancarios y puso el último clavo en el ataúd de la industria manufacturera y en decenas de miles de pequeñas empresas, no así con las más poderosas que pudieron capear el temporal de la crisis y además salir muy reforzadas años después al haberse quitado mucha competencia.

LA VENGANZA CONTRA LOS SINDICATOS


¿Por qué Margaret Thatcher puso en el punto de mira a los sindicatos y no paró de combatirlos hasta destruir su poder? Volvemos a Geoffrey Howe, el exministro de Finanzas de Thatcher, quien tiene claro que su gobierno no fue sino la continuación del de Edward Heath, fugaz primer ministro entre 1974-1975, tuvo que abandonar al ser derrotado tras una huelga nacional de mineros. Por ello el único objetivo de Thatcher ya en el poder habría sido destruir el poder sindical como una pura venganza tras lo ocurrido a su antecesor.

DIVIDE ET IMPERA


Pero más allá de la venganza había otros motivos de importancia. Los mineros se habían convertido en el colectivo más fuerte de defensa de derechos laborales en el Reino Unido en el siglo XX. Incluso la única huelga general del Reino Unido se declaró para apoyar a ese sector en 1926. Si los mineros convocaban una huelga podían llevar al colapso a todo el país al dejarlo sin suministro energético. Al deshacerse de los mineros, Thatcher sabía muy bien que ya ningún sindicato ni sector laboral podría poner en peligro su modelo de sociedad.

El modelo laboral vigente durante el siglo XX dice mucho acerca de la estructura de la sociedad británica. Así Chris Kitchen, líder del Sindicato Nacional de Mineros, explicó a Jones cómo «las comunidades estaban llenas de vida, pero entorno a la mina. (...) No veías a chavales que se desmadraran el fin de semana. No cabreabas a un viejo, porque podía ser el mismo al que confiabas tu vida en la mina».

El plan de cierre de minas de Thatcher fue presentado en 1984, y a partir de entonces empezaron a estallar espontáneamente huelgas en varias minas, que se extendieron por todo el país. Pero pronto aparecieron las divisiones, porque los mineros de Nottingham shire, uno de los colectivos más importantes del país, rechazaron participar en una huelga nacional ya que no veían en peligro sus puestos de trabajo. 

Se sucedieron batallas campales por todo el país, como la de Orgreave, el 18 de junio de 1984. Allí 6.000 mineros intentaron bloquear una coquería y se toparon con cientos de policías, que no dudaron en cargar contra ellos. Al poco se abrió juicio contra los piqueteros detenidos, que al perder tuvieron que pagar cientos de miles de libras en compensaciones. 

La huelga terminó sin éxito el 3 de marzo de 1985. La prensa británica se había encargado de hacer su trabajo: Criminalizar a los mineros como un sector muy privilegiado y poco dispuesto a trabajar duro, además de violento. Entretanto el Partido Laborista no apoyó la huelga nacional argumentando que los mineros no habían convocado votaciones, de igual modo actuaron otros sectores de trabajadores. Thatcher consiguió arrodillar al sector más importante de la clase trabajadora británica, su programa tenía vía libre para revolucionar Reino Unido e influir decisivamente al resto de países.

CÓMO CAMBIÓ LA SOCIEDAD


El historiador David Kynaston analizó el ambiente británico posterior a la fallida huelga nacional de los mineros: «Sencillamente la gente empezó a pensar que la vieja clase trabajadora ya no tenía poder ni influencia para cambiar nada, un cambio enorme en la forma de pensar. Había gente que vivía en barrios residenciales de clase media que estaba a favor de los mineros, pero de repente fue como que dejaron de tener importancia y todos les dieron de lado».

             Más información es : autonomiaybienvivir

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