martes, 24 de marzo de 2020

La salud es un derecho, no un negocio. Solo tú puedes defenderla

Ante la crisis generada por el Covid 19 ha quedado al descubierto el desmantelamiento de la Sanidad Pública realizado a lo largo de estos años por los sucesivos gobiernos. Vamos a ver que decía la Coordinadora anti Privatización de la Sanidad en febrero del año 2014. Tienen una apabullante vigencia, son de una dolorosa actualidad.




La atención sanitaria pública es algo reciente. Surgió como un derecho en la mayoría de los países europeos, tras la II Guerra Mundial, respondiendo a varias razones: la necesidad de mantener sanos a los sectores obreros para garantizar la producción; la existencia de un amplio movimiento obrero organizado que presionaba para conseguir mejoras; incluso como mecanismo para evitar «contagios» procedentes de Rusia, donde ya se había extendido hacía años la atención sanitaria a toda su población.
Hoy las necesidades del capitalismo han variado. El llamado «estado del bienestar» está siendo liquidado y todo apunta a una profundización de la crisis y al incremento de las desigualdades (la riqueza cada vez se concentra en menos manos y aumentan la pobreza y la exclusión); a la destrucción de empresas con un incremento incesante de los parados.

lunes, 23 de marzo de 2020

Hambre por contagio

¿Cuántas no tendremos más remedio que firmar una ERTE de mierda, para tener un paro de mierda, en base a un contrato de mierda? ¿Cuántas usaremos parte de ese humillante consuelo para enviarlo de vuelta a casa, donde la pandemia apenas se asoma?

Me quedé en casa, como anuncian con orgullo y cierto romanticismo privilegiado, centenares de personas en las redes. Fue precisamente ahí, donde al tercer día de confinamiento, me alcanzó el escenario inminente y me quedé sin chamba. 

No pasa nada, he acumulado imposibles a lo largo de mi vida, cargo siempre una piedra en el bolsillo trasero que no me deja ponerme demasiado cómoda, traumas de un cuerpo migrante. Así que aquí estoy, desempleada en medio de una pandemia, sin plan b y sin posibilidad de calle. La calle que es donde se encuentran los abrazos solidarios, las soluciones y el sol que de momento sigue siendo gratis.

Esta mañana he ido a tirar la basura y pude intuir que no estoy sola navegando esta angustia, bendita sea la calle y su acompañamiento tácito. La verdadera pandemia es económica, lo verdaderamente contagioso es la precariedad y hace rato que mostramos síntomas. Somos las de abajo las que inauguramos riesgos, servimos de conejillos de india, la estadística que asusta. De nuestras realidades se fabrican las vacunas que no llegan a tiempo para salvarnos pero que servirán para inmunizar a los otros, los de un poquito más arriba.

Somos las que quedan siempre del otro lado del embudo, el desechable. ¿Cuántas de nosotras, cerraremos este mes con un papelito de consuelo? ¿Cuántas no tendremos más remedio que firmar una ERTE de mierda, para tener un paro de mierda, en base a un contrato de mierda? ¿Cuántas usaremos parte de ese humillante consuelo para enviarlo de vuelta a casa, donde la pandemia apenas se asoma? ¿Cuántas de nosotras necesitan, hoy más que nunca, las redes que se tejen en las aceras y en las puertas de los bares? ¿Cuántas están hartas de los hashtags y los challenges con los que matan tiempo, los que tienen tiempo? Para las precarias, el miedo a la muerte no existe, flirteamos con ella a menudo, cuando soñamos con escapar de esta ruedita pendeja llamada capitalismo. Para las precarias el miedo viene con recibo y te deja la cuenta en cero a fin de mes. Para las precarias, el terror se traduce en una tarjeta denegada y un numerito en el SEPE. 

Las precarias no tenemos Netflix, no podemos hacer la compra para dos semanas y sobre todo no podemos sentarnos para “esperar a ver qué pasa”. No hay mascarilla, guantes ni gel higienizante que nos pague la renta y nos calme las ansias. Para las precarias, el encierro es la verdadera sentencia de muerte porque en este país la burocracia le lleva ventaja de sobra al coronavirus, cuando de víctimas se trata.

Me enteré de que tendría que hacer malabares para pagar la renta unos minutos después de enviarle algo de dinero a mi padre porque esta cuarentena que compartimos transoceánicamente, a él le pilla a sus sesenta, en un país sin agua, con ochenta y cuatro camas de cuidados intensivos en todo el territorio y con la hiperinflación más salvaje del continente americano. Agradezco no haberme enterado antes, poder darle ese ultimo gesto de respaldo con la confianza de quien tiene un ingreso fijo.

Luego de dejarme un rato a la impotencia y al vértigo (porque es válido y absolutamente necesario) dejé que la rabia hiciera lo suyo, esa rabia que siempre ha resultado una aliada. Ya tenía los ojos afilados y el engranaje girando, cuando recordé que el próximo paso era la calle y que la calle ahora estaba prohibida. 
He estado largo rato con esa rabia haciéndose bilis, desaprovechada en un scroll compulsivo, hasta que comenzaron a llenárseme las notificaciones de lecturas recomendadas, asociaciones vecinales, sindicatos, peña organizada alrededor de la tragedia común y la rabia se hizo resolución.

Me niego a que el Estado me administre los miedos, me niego a que el estado decida por donde puede moverse mi angustia. Me niego a cambiarle mi derecho a la calle por doscientos euros al mes y una palmadita en el hombro. Me niego a ser el anticuerpo para una “sociedad más fuerte”.

Morir de mengüa no está en mi planes porque yo no migré para ver cómo la vida me pasa por encima. No puedo darme el lujo de “ser responsable” por aquellos que no se han hecho ni se harán nunca responsables de mí. ¿O ahora debemos asumir nosotros la responsabilidad del colapso del sistema sanitario en España? Sabemos muy bien a qué se debe esa fragilidad.

La batalla que se asoma en el horizonte es el derecho a buscarse la vida. ¡Basta ya de este confinamiento sin soluciones! Cuando lo que deberíamos estar fomentando es el civismo colectivo y no este encierro individualista. Cuando en lugar de convertirnos en policías de nuestros vecinos, lo que deberíamos hacer es estar más vigilantes que nunca de las políticas estatales que se están generando.

Nos exigen un papel que justifique nuestros movimientos, cuando deberíamos exigirles a ellos los kits de pruebas que nos eximan del riesgo o nos permitan agenciarlo. En palabras de María Galindo, repensemos el contagio. Sucede que mi miedo yo lo conozco muy bien y no es al contagio sino al hambre.

Más información en www.elsaltodiario.com

No hay agua para tanto Pilatos

La salvaje privatización de los servicios públicos que ha vivido este país durante los últimos años muestra durante estos días su cara más dramática. La privatización de la sanidad, parapetada bajo el pretexto de una mejor eficiencia, se demuestra como un error imperdonable; un error que no se solucionará haciendo palmas cada día desde nuestro confinamiento a las ocho de la tarde, y para el que será imprescindible el empuje de la ciudadanía en su conjunto cuando al fin podamos tomar las calles.


El recorte de personal llevado a cabo en los hospitales provoca ahora soluciones de urgencia. Los continuos recortes de personal y de medios sanitarios, que provocaron la reacción de la mareas blancas en nuestro país, deberían hacer ahora reflexionar a quienes han legitimado una y otra vez gobiernos cuyo único fin era deforestar lo público para llenar los bolsillos de empresas privadas. 
Todo el personal sanitario, el personal de limpieza o el de las subcontratas para el transporte sanitario son quienes se juegan ahora la vida afrontando los mayores riesgos para poder salvar a nuestro país de una catástrofe aún mayor. Sus protestas públicas por la falta de medios que garanticen su seguridad mientras realizan esta labor acreditan por sí solas una situación vergonzosa donde los políticos demuestran una vez más no estar a la altura. 
La externalización de servicios públicos, como la atención telefónica de servicios de emergencias, también se ha demostrado errónea. 
Empresas de contact center se llenan los bolsillos de dinero público mientras mantienen a sus plantillas hacinadas durante estos días terribles.
Las muertes de familiares dependientes en el caso de las personas que trabajan en los call centers de todo el país siguen engrosando las estadísticas. Aquellos que no se dedican a servicios esenciales siguen abiertos en su gran mayoría a pleno rendimiento. Verdaderos focos de infección para que las empresas del Ibex-35 sigan rentabilizando sus servicios de venta telefónica o atención al cliente. 
Entretanto, la inspección de trabajo actúa con timidez y disparidad, aplicando criterios distintos en cuanto a cuestiones tan básicas como distancias de seguridad en los centros de trabajo para evitar el contagio, o directamente no actúa, ante el riesgo evidente al que están exponiéndose estas personas trabajadoras. Es un momento en el que se están evidenciando demasiadas cosas; un momento en el que se demuestra que la precariedad laboral era el síntoma más evidente de una enfermedad todavía mayor. La salud de las personas es una cosa, y los intereses de quienes obtienen beneficios a su costa es otra distinta. Hasta la fecha, la mayoría de las instituciones no ha garantizado lo primero. El gobierno, de forma incomprensible, no ha ordenado aún la paralización de servicios no esenciales, mientras los datos de otros países nos alertan de que lo que viene puede ser todavía peor si no actuamos a tiempo. El viernes en Italia se produjeron más de 600 fallecimientos por Covid-19 en un solo día. Los datos del sábado han sido aún peores, con un total de 793. 
Mientras tanto, la frase que se oye en los centros de trabajo es “No hay agua para tanto Pilatos”.

jueves, 5 de marzo de 2020

8 de Marzo de 2020 ¡Luchando cambiamos el mundo!

Día Internacional de la Mujer Trabajadora
El 8 de marzo de 2017, millones de mujeres de muchas partes del mundo fuimos a una huelga histórica por ser la primera huelga de mujeres global que iba más allá de una huelga laboral, incluyendo ámbitos como huelga de cuidados, de consumo y estudiantil.
Es justo reconocer que el movimiento feminista transfronterizo y transcultural ha conseguido que estas luchas estén en las agendas públicas. CGT se ha implicado con este movimiento participando activamente, no sólo convocando las huelgas de los 8M, sino en las diferentes movilizaciones y acciones conjuntas.
Este 8M de 2020, la CGT bajo los principios antipatriarcales, anticapitalistas, antirracistas e internacionalistas de nuestra organización, volvemos a salir a las calles en coordinación con el movimiento feminista para seguir luchando.
  • Luchando juntas contra las desigualdades, contra las violencias machistas
  • Luchando por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos sin discriminaciones por razón de sexo, identidades y orientaciones sexuales
  • Luchando para ser mujeres libres, porque seguimos sufriendo la violencia patriarcal
  • Luchando porque la mayoría de las personas en precario somos mujeres, porque las diferencias salariales también se reflejan en las pensionistas
  • Luchando porque el trabajo doméstico y de cuidados se invisibiliza y no se reconoce
  • Luchando porque las lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersexuales, queer… seguimos discriminadas
  • Luchando porque las mujeres migrantes y/o racializadas estamos en una situación de mayor vulnerabilidad ante la violencia de género, la violencia institucional y la violencia racista
  • Luchando porque las mujeres rurales nos encontramos en un espacio patriarcal que nos discrimina
  • Luchando porque los recortes en educación, sanidad, servicios sociales y dependencia se hacen a costa del trabajo y el tiempo de nosotras
Por eso, sigamos luchando contra el consumo capitalista globalizado, sigamos luchando por una educación pública, laica, no sexista y sin estereotipos de género, sigamos luchando por una economía sostenible, justa y solidaria que gestione los recursos básicos y naturales de forma pública, colectiva, comunitaria.
Por un cambio real en las condiciones sociales y laborales de las mujeres, libres de violencias, y por una vida digna.
¡LUCHANDO CAMBIAMOS EL MUNDO!
¡SIN FEMINISMO DE CLASE NO HAY REVOLUCIÓN!