Hay quien confunde la incorrección política con el pensamiento reaccionario (suponiendo que ambos términos no sean contrapuestos) o con la simple estupidez. Mónica Oriol, sin ir más lejos.
La presidenta del Círculo de Empresarios, que se las da de enfant terrible, acaba de desaguar con pasmosa desvergüenza algunos de los tópicos más machistas y montaraces sobre las madres trabajadoras que cabe imaginar: que ella prefiere contratar mujeres mayores de 45 años o menores de 25, porque «por el medio, qué hacemos con el problema»; y que «cuando una mujer se queda embarazada y tiene derecho a unos meses de maternidad, vuelve al mundo del trabajo y durante 11 meses está blindada, lo haga bien, mal o regular».
El «problema» del que habla Oriol debe ser que entre los 25 y los 45 años algunas mujeres (en España cada vez menos, por desgracia) tienen el lujurioso vicio de quedarse embarazadas, pecado solo comparable al de la pereza que, tras dar a luz, se adueña, al parecer, de las madres que trabajan. Sostener tales sandeces en un país como el nuestro, que atraviesa una crisis demográfica sin parangón en el mundo desarrollado, es la mejor forma de desincentivar la maternidad, pero supone mucho más que eso.
Mucho más, sí, porque Mónica Oriol ofende no solo a los millones de mujeres que llevan muchos años en España desarrollando con tanta valentía como responsabilidad doble jornada laboral (una en sus trabajos y otra en sus hogares) sino también a la generación de jóvenes mejor preparadas que ha tenido nunca este país. Esas jóvenes, que son en una altísima proporción estudiantes más brillantes que sus compañeros varones en todos los niveles educativos, deberían tener garantizada por la ley, en mucho mejores condiciones que en la actualidad, su derecho a trabajar y a tener hijos al mismo tiempo que ejercen su respectiva profesión.
El necio y retrógrado prejuicio de que una buena madre no puede ser una buena trabajadora, y viceversa, forma parte esencial de una ideología misógina, que los hechos contradicen de un modo abrumador: millones de mujeres trabajan en España en los servicios sanitarios, la educación, la judicatura, el periodismo o el comercio textil -por poner ejemplos de profesiones con altísima presencia femenina- y nadie que sepa de verdad de lo que habla se atrevería a sostener que su rendimiento después de la maternidad sea inferior al de sus compañeros varones.
Otra cosa es que siga habiendo todavía un sector del empresariado convencido de que para ser un buen trabajador hay que ser un buen esclavo. Basta observar, sin embargo, a algunos grandes empresarios de Galicia, que tienen en sus nóminas a docenas de miles, cientos o docenas de mujeres, para entender que Mónica Oriol es solo la desvergonzada portavoz de un España en retirada.
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